miércoles, 25 de diciembre de 2024

HISTORIAS DE LUIS BRICEÑO, 01.

 “Un CUENTO es una narración breve de ficción que se distingue por tener un comienzo, un nudo y un desenlace, además de mostrar un incidente que sucede en un tiempo y espacio determinados, experimentados por uno o más personajes.” (Catalina Arancibia Durán, <Cultura Genial>). Esta definición le viene al pelo a la obra de Luis Briceño, “Florecillas de Escalio”, que hoy se comienza a transcribir en este blog o en el muro de facebook. El libro, aunque publicado en 1.936 en Jaén, recoge una serie de anécdotas que el autor debió tener escritas desde muchos años antes, incluso de su juventud, puesto que en la contraportada, a modo de subtítulo escribe: “Cuentos. Recopilación de narraciones, relatos y cuentos escritos en años mozos, hermosa edad en que tantos ensueños se tienen y en que sólo se vive de ilusiones.”

A modo de Introducción, Introito lo nombra el autor, se presenta a una familia de seis personas: el mayor, viudo, con sus dos hijas, una, tristemente viuda de su amadísimo cónyuge, y, la otra, separada de su casanova pareja, terminando con tres nietos de la primera. Pues bien, el abuelo se ve presionado por los nietecillos, sobre todo en las largas noches del invierno, para que les distraiga con sus fábulas narrativas. Hoy le toca el turno a la primera de ella. Hela aquí.

[Ambientación] “Escena hogareña de un abuelo con sus nietos” [realmente la referencia dice: Abuelo y la niñera están jugando con los niños, soldados en el campo de batalla] Fuente: “gettyimages punto es”. 

TOLÍN.

La princesa Nata sólo tenía un hijo, niño hermoso, como fruta en sazón, y rubio, como un rayo de sol, que aunque otro nombre se llamara, no era conocido, ni respondía nada más que por el abrevio de Tolín.

Tolín tenía ya seis años, pero, a juzgar por sus rebeldías y travesuras, parecía que había entrado plenamente en la adolescencia.

Jamás había hecho caso de halagos y consejos paternales, y cuando algún criado le prevenía dulcemente algún deber, arrugaba el entrecejo, apretaba uno contra otro los labios, extendiéndolos hacia el exterior y, lanzando una especie de gemido nasal, aguardaba la primera ocasión para procurar repetir lo que le regañaban o para hacer otra diablura mayor.

Resulta incorregible.

Todo lo tocaba, todo lo descomponía, todo lo desarreglaba, todo lo rompía o destruía.

No había golosina que no le manchara, ni juguete que le durara un día entero.

Su papá tenía un perro, semi podenco, semi mastín, grande y noblote, que le servía de compaña y ayuda para sus paseos y cacerías. 

[Ambientación] “Niños con perros de presa”, 1.786, Francisco de Goya y Lucientes (1.746-1.828), óleo sobre lienzo, 112x145cm. Fuente: Museo Nacional del Prado, sala 85, Madrid. 

Acudía por Titán.

Este animalito era, también, el blanco de las iras de Tolín.

En cuanto lo divisaba por cualquier sitio, arremetía contra él, ya con un pie, ya con lo primero que encontraba a mano, hasta hacerle chillar y correr, para librarse de sus golpes y martirios.

Se lo reñía su padre, con las mejores advertencias y consejos; se lo amonestaba su madre, con ejemplos y relatos de hechos y sucedidos; se lo repetían los criados, con admoniciones y cargos, pero Tolín, callado y tozudo como él solo, lo volvía a hacer una y cien veces más, con pesadez plenamente recalcitrante.

Un día, al intentar coger una flor, para troncharla, según costumbre, al pasear por los jardines que circundaban las casa-palacio donde habitaba, resbaló y cayó a un estanque, más profundo que su estatura. Sus gritos de auxilio no llegaron a los oídos de la servidumbre, entretenida en sus peculiares quehaceres.

Sólo un ser percibió el gran peligro: Titán.

Sus potentes ladridos y fuertes y extraños aullidos, despertaron la curiosidad, el interés y la alarma de todos …

Cuando los padres del niño, los criados y servidores llegaron a la alberca, Titán, el perro valeroso, héroe y comprensivo, sin dejar de dar alaridos significativos, sostenía vigorosamente casi fuera del agua el cuerpecito medio exánime del niño, dando tiempo y ocasión de que el mismo fuera salvado de una muerte cierta.

Titán, noble y leal, pagó con una acción meritoria e inapreciable el injusto proceder de su tiranuelo.

Y Tolín, desde aquel día, corrigiendo definitivamente sus pasados errores infantiles, fue AMIGO FIEL Y CARIÑOSO DE TITÁN: y cuentan, como epílogo de este cuentecillo, que cuando Tolín, algo mayor, ingresó en un internado para completar su educación, jamás escribió a sus familiares sin mencionar, especialmente, a Titán, su can amigo y bienhechor.

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[Ambientación] El escritor Benito Pérez Galdós, gran aficionado a los mastines, sobre 1.910, en su residencia madrileña. Autor: Alfonso Sánchez García. Fuente: “elmastindecampoytrabajo.blogspot punto com”. 

Cuando, tras ligera explicación de la madre, dada en esta ocasión, comprendieron los pequeñuelos, a su modo y manera, el verdadero desenlace y trascendencia del cuento que acababan de escuchar, con su alcance y significación, prorrumpieron en las siguientes demostraciones de sorpresa y contentamiento:

-¡Ah! … ¡Eh! … Eh! … ¡Je, je, je! ...- que repetía la prole, batiendo palmas de entusiasmo.

-¡Olé!- repetía, alegremente, olvidada por completo de los trastornos producidos por el pasado temporal y los meteoros.

-Otro, abuelito; otro cuento- pedía con insistencia.

-Dos- imponía el mayor de los chicos, con cierta exaltación nerviosa, contagiando a sus hermanos.

-Calma, hijitos- demandaba la madre.- No atosigar al abuelito.

-Déjalos- respondía éste.- Disfrutando ellos, olvidamos nosotros … ¡Ea! Allá va otro y, después, allá veremos, agregó el abuelo, devolviendo un beso a cada uno de los nietos.

-Muchos, sí, y uno largo, muy largo ...- pedían los pequeñuelos.

-Bien; allá veremos, allá veremos. Ahí va el segundo. [Habrá que esperar a la próxima entrada] 

Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 27-30; Jaén, 1.936. 

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