“AMAPOLAS Y JARAMAGOS” es otra de las obras que Luis Briceño Ramírez publica en Jaén en 1.940, estando muy reciente la ocupación de esta capital por las fuerzas sublevadas, hecho que ocurrió en marzo de 1.939, a escaso un mes de dada por finalizada la guerra civil por el bando nacional. Su corazón está muy dañado por la desaparición y asesinato de su hijo, ocurrido durante el terror caliente del verano de 1.936, recién iniciado el Golpe de Estado, en una ciudad donde aquél no triunfó y en unos momentos donde la autoridad de la República se resintió sobrepasada por los acontecimientos. Todas estas circunstancias las describe el autor como si le sirviera de desahogo por las vicisitudes vividas durante esos tres años del “furor marxista”, formando parte del prólogo de la obra que él, modestamente, lo titula como “Origen, fundamento de esta obrita”.
Es intención de este blog transcribir en su totalidad el texto de este prolegómeno, que dada su extensión, se hará en tres entradas. Merece la pena su lectura porque el autor se abre con todos sus sentimientos, mezcla de dolor y de ánimo por seguir adelante en la cotidianidad de su vida.
Dedicatoria: <A la memoria de mi llorado hijo Manolo, camisa vieja y jerarquía de Falange, arrancado del hogar y sacrificado al furor marxista. ¡Presente!> Su Padre.
[Ambientación] El bombardeo de Jaén en 1.937 de los junkers alemanes, pilotados por soldados del ejército de Franco, causó más muertos que el de Guernica. Fuente: “elconfidencial punto com”, 1 abril 2.017.
Viene del 04 de enero de 2.025
“« Origen, fundamento de esta obrita (Segunda parte).
… No había respeto para la propiedad privada ni para el usufructo. Ni lo había tampoco para la vecindad ni para la familia: no había ni la más mínima atención para la senectud quejumbrosa, ni para el sexo débil, ni para la niñez, ni miramiento ni consideración para nada ni para nadie.
No se respetaba la libertad individual ni el sagrado hogar, ni había conmiseración para el que estuviese enfermo o padeciendo algún mal, puesto que se despreciaba la vida ajena como la cosa más fútil. Todo se sacrificaba a la ruin venganza. Robo, crimen, destrucción eran los dictados de aquella chusma entregada en cuerpo y alma a un Moloc [1] sanguinario y vengativo.
Todas las familias de alguna distinción -obreros aún no contaminados del virus marxista- venían sufriendo quebrantos y pérdidas en muchísimas cosas irreparables.
También había alcanzado al que pergeña estos renglones algunas salpicaduras de la ciénaga social: la ruda desmembración de una rama del árbol familiar, algo así como un trozo de la propia entraña, que atormenta, que anonada, cuando sentimos que nos es arrancado, y que deja el alma acibarada para toda la vida. Siempre es dolorosa, con el dolor más acerbo, la pérdida de un hijo, cuando muere en la cama hogareña, rodeado de todos los miembros familiares más queridos, asistido de todos los auxilios de la ciencia y sin que le falten los cuidados más exquisitos; pero cuando ese hijo es arrebatado súbitamente del hogar, sin poderse averiguar a dónde ha sido llevado; pero suponiéndose que al inevitable sacrificio por el imperdonable delito de ser estudiante de los más aventajados y haber abrazado con sumo entusiasmo el salvador falangismo, en el que había conseguido un mando, por sus excelentes cualidades de entereza y rectitud, el dolor que nos produce semejante pérdida es un dolor puramente inefable. Y si este hijo era el único varón en quien teníamos cifradas las más halagüeñas esperanzas, entonces la locura es la que se apodera de nuestra mente. Y si sobrevivimos a tamaña desventura, es porque un poder sobrenatural nos sostiene; pero que ya vivimos la vida de un sonámbulo.
[Ambientación] Calle Bernabé Soriano de Jaén desde una de las torres de la catedral, hacía los años 30 del siglo pasado. Fuente: “es.pinterest punto com”.
En algunos momentos de lucidez, se erguía nuestra alma apercibida a la lucha; pero imposible sostener, cara a cara, pele tan desigual. Mantenerla hubiera significado nadar contra la más impetuosa de las corrientes, hubiera equivalido a prestarse voluntariamente a perecer, necia e irremisiblemente, dejando en el mayor desamparo al resto de la familia, o impelerla también al inútil sacrificio.
No podía ser; lo repugnaba nuestro espíritu.
Ante ello, se impuso el instinto de conservación, ese poderoso impulso o propensión interior que domina nuestra voluntad y nos obliga a obrar al margen de la reflexión.
Nos incorporamos, pues, como los demás, al carnaval del barullo, de la incoherencia y del desconcierto de la situación, aguardando, agazapados en él, mejores tiempos.
Porque teníamos una arraigada fe en el porvenir. Y a pesar de la gravedad de la situación; no obstante el transcurso, muchas veces desesperante, de los días, de las semanas, de los meses, de los años, no dejábamos de percibir el resplandor, muy tenue, algunas veces, de la estrellita que en medio de tanta tiniebla nos señalaba el camino del triunfo, de la victoria de los buenos, que al otro lado luchaban, y que era la liberación. Un saludable optimismo nos confortaba. …“»
Notas del transcriptor (consultas RAE y otras fuentes):
[1] Moloc.- Nombre de un dios a quien se ofrecían sacrificios humanos.
Continúa el 19 de enero de 2.025
Fuente: “AMAPOLAS Y JARAMAGOS: cuentos, anécdotas, narraciones y chascarrillos”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 5-9. Primera edición, Gráficas Morales, Jaén, 1.940.
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