jueves, 13 de noviembre de 2025

02/36. “LA FUERZA DE UN PRIMER AMOR”, por LUIS BRICEÑO.

VIENE DE “EL PUERTO DE EL ENCINAR”, 31 octubre 2025.

UNA CASILLA DE PEONES CAMINEROS.

Al borde Sur de la carretera que, en dirección a Poniente, conducía al puerto de El Encinar, y no muy distante del mismo, existía uno de esos pequeños edificios, domicilios habituales de los subalternos de Obras Públicas -guardas y conservadores de las carreteras del Estado-, que se conocen con el nombre general de “Casillas de Peones Camineros”.

Este edificio, a la sazón bien conservado y hasta recién enjalbegado, constituía una nota destacante entre el verdor del ramaje de la arboleda y de las plantaciones que casi lo circundaban y el gris humo de la carretera a cuyo borde estaba construido.

Su fachada principal, blanca en su fondo, como la piel del armiño en invierno; perla en el maderamen de su única puerta y dobles ventanas; azul añil en el perfil más saliente de su cornisa, y en su zócalo, y con variadas macetas de geranios, flor de la pluma y permanente, siempre floridas, a los lados de la entrada y en los ventanales, componían un sinmático y pintoresco cuadro, digno complemento del bello rincón montañoso de que era vecino.

[De ambientación] Casilla de peones camineros de La Hermida, Valle del Nansa y Peñarrubia. Fuente: “valledelnansa.org”. 

Habitaban en él, en la actualidad a que nos referimos, dos de esos modestos, pero generalmente laboriosos y excelentes empleados de la Administración pública al comienzo referidos, con sus respectivas familias. Una de éstas, formada por un matrimonio sin hijos, entrados ambos cónyuges en el cuadro de los septuagenarios, circunstancia que hacía que al consorte varón únicamente se le exigieran naderías del cometido, no sólo en consideración a su edad avanzada, ya dicha, sino a sus prolongados y buenos servicios en el cargo que desempañaba.

La otra familia estaba integrada por un matrimonio cuyos miembros eran sobrinos del ya referido, al cual ayudaban en todos los quehaceres, tanto por razones del parentesco que los unía, cuanto por la exaltación de un culto ferviente, rendido a un sano y bien entendido compañerismo, elevado insensiblemente a la categoría de afecto, puro y sincero, engendrado al claro resplandor de una larga y continua convivencia; de la defensa y custodia de unos mismos intereses, y del desempeño de una misión hermana.

Este último matrimonio poseía un hijo único varón, criado al calor de los mismos y de las caricias de todos los que con él convivían, fuerte y saludable como cualquiera de los mejores árboles del valle en cuyas proximidades residía, y recio y duro como la propia fauna de la región en que habitaba.

Este niño, desde su edad más tierna, apenas salía del regazo de la tita anciana, que lo cuidaba y entretenía con fervores de madre, mientras la que le dio el ser se entregaba con más libertad de acción a la práctica general de todos los quehaceres domésticos, peculiares de ambas.

Ya mayorcito, cada vez que cualquiera de sus muchas diabluras ponía a su madre, o a su padre, en plan de aplicación de la corrección debida, necesaria para inclinar su conducta por cauces del mejor proceder, eran los amorosos brazos de la tita los que le servían de amparo, de protección o de consuelo.

Este abrigo y esta defensa hallados siempre por el rapazuelo en la tita, daba pie, más de una vez, a escenas como, por ejemplo, la que sigue:

-¡Tita, tita mía, que me sacuden, que me castigan! …

A cuya llamada vehemente acudía la interesada, todo lo rápidamente que le era dable, para interponerse en perseguidor y perseguido, exclamando:

Ven acá, hijo mío … ¿Qué sucede? … Vamos a ve: ¿Qué es ahora?

-¡Que mi madre me pega!

-¿Por qué? … ¿Qué ha sio ello? …

-Que a este niño -terciaba la madre- se le viene criando con exceso de mimos y está ya demasiao consentío. Ayer, sabe usted que le tuve que reñí severamente porque maltrataba a las gallinas, so pretexto de apartarlas de la carretera, ante el temor de ser sorprendías y estrujás por algún carruaje. Hoy, no sólo vuelve a las andás, sino que, de un palo, ha estropeao a la más poneora. 

[De ambientación] “Caminero”, óleo de Pascual Berniz. Centro de Conservación de Carreteras de Teruel. Ministerio de Transporte. Movilidad y Agencia Urbana. Fuente: “historiasdecarreteras.com”. 

Bueno, mujé, perdónalo, puesto que ya no lo volverá a hacé más. ¿Verdad, hijo mío? … ¿Verdad que tú sabes ya que los animalitos no deben maltratarse, como tú no quies que te castiguen, y que no lo repetirás? … Di que sí, que no lo harás más, pa que te perdonen -incitaba al mozuelo, mientras que el mismo se debatía entre soponcios y congojas.

-Ni que sí ni que no -continuaba la madre- … A este niño hay que sentarle bien la mano, pa que se acuerde de la obediencia. Avíaos estábamos, si no, con los vuelos del mocoso.

Mas esto no quiere decir, ni aún dar a entender, siquiera, que los padres del niño no le profesaran todo el afecto, todo el amor, todo el cariño que un hijo se merece. Nada de eso. Por el contrario, los padres de Ansaldo -que así se llamaba nuestro pequeñuelo- le querían con verdero apasionamiento, sintiendo por el hijo de su alma toda la inclinación amorosa que una persona pueda sentir hacia el ser a que ha dado, después de Dios, la existencia.

Así creció Ansaldo entre aquellos bosques y entre aquellas breñas, en medio de la sobrada indulgencia de su familia y de los halagos y repetidas demostraciones de ternura con que constantemente era obsequiado.

Por eso se desarrollaba plácida y felizmente su existencia, sin más previsiones, cuidados ni desvelos, respecto a su porvenir, que los naturales del aprendizaje y entrenamiento de ese trabajo manual ejercitado con cosas puramente materiales, que no requieren más arte ni habilidad que el hábito y la práctica de realizarlo.

Se acostumbró, pues, a trabajar, pero no aprendió nada más.

Debido a todo ello, su aflicción y pesadumbre, su dolor y su pena, al verse separado de sus lares amados y de su familia, tan querida, por la necesidad del cumplimiento del servicio militar, fueron mayores y más sentidos que por los demás.

Su marcha al servicio de las armas, constituyó una verdadera desolación para los habitantes de la Casilla de Peones Camineros de nuestra referencia.

Los titos, que tan entrañablemente le querían, parecía como que habían enmudecido de congoja. La aflicción les había echado así como si fuera un nudo en la garganta, impidiéndoles articular palabra alguna. Su adiós, casi mímico y sofocante, por lo angustioso, no fue una despedida ordinaria, vulgar, de esas que pueden traducirse en un «hasta otro día»: dados su mucha edad y los achaques propios de la misma, podía adquirir, incluso, el alcance de definitiva. De ahí su importancia para los protagonistas y el grado de su vehemencia e impetuosidad.

[De ambientación] Grupo de camineros y de peones auxiliares y una mujer. Colección de Tomás Laguía. Fuente: “historiasdecarreteras.com”. 

Los padres le acompañaron hasta la ciudad cercana y, ya en la misma, hasta que el tren arrancó, conduciendo a porción de quintos del mismo reemplazo que nuestro recluta.

Su despedida, esa inveterada costumbre, tan corriente como arraigada, de acompañar, por obsequio, estimación o cariño, hasta el final, al que sale de casa o de la localidad, fue también vehemente y sentida; pero, dentro de esas cualidades, menos penosa que la de sus titos, por el convencimiento adquirido de que a la Patria le debemos todos los sacrificios y que uno de ellos es el que le rinde la mocedad, al convertirse, mediante la instrucción militar, en elemento tan eficiente de la sagrada defensa de sus intereses vitales y de su integridad, inviolable e intangible.

La Casilla de Peones Camineros de las cercanías del puerto de El Encinar, no varió de emplazamiento, ni de constitución, ni de apariencia, por la ausencia de Ansaldo: siguió constituyendo nota destacante entre el verdor del ramaje de la arboleda y las plantaciones que casi la circundaban y el gris humo de la carretera a cuyo borde estaba construida; pero sus moradores no le daban ya el ritmo de animación que días precedentes la caracterizaban.

Continuaban habitándola las mismas personas. Mas de entre ellas faltaba precisamente la que infundía vigor y energías a los individuos de su familia, con el valor de su juventud, con el ánimo y con la entereza de su virilidad: el recluta Ansaldo de la Cuesta Pina, hijo único, varón y sobrino, respectivamente, de los dos matrimonios que en la misma tenían su morada. 

CONTINUARÁ CON “RECLUTA EXCEPCIONAL”, EL 27 noviembre 2025.

*** Fuente: “LA FUERZA DE UN PRIMER AMOR: novela de notorio matiz ingenuo, de escasa traba episódica y de carácter sentimental”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 17-21. Diario Jaén, Talleres Gráficos, s/f. 

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