domingo, 27 de abril de 2025

HISTORIAS DE LUIS BRICEÑO, 18.

NENE, SERÁ MEDIO.

Tarde muriente del Otoño, en sus primeros días.

Sol, ya poniente, que derrama el inagotable caudal de su fogosa luz, en rayor que, por su pronunciada oblicuidad, apenas deslumbran.

Tenues nubecillas, agrupadas allá, en el horizonte marino, que van cambiando el color de su albura por el dorado carmín y violeta, que la luz solar les va imprimiendo.

Cielo despejado, de un azul claro, muy claro, que tiende cada vez más a convertirse en gris, en sus varias tonalidades.

Brisa marina, blanda y suave, que aroma y refresca el ambiente, haciendo, también, agradable y deliciosa la temperatura.

Panorama pintoresco y variado.

[A los solos efectos de ambientación] Atardecer del 27 diciembre 2024, Conil. Fuente: Facebook de Antonio Leal

A levante, bañados por la decreciente luz del día, que no tardará mucho en convertirse en crepúsculo, la ingente y quebrada línea de las cercanas montañas; la variante ondulación de las colinas; el oculto y florido valle; el riente arroyuelo; la apretada mancha de la frondosa arboleda …, enmarcado todo ello en un gigantesco paisaje de variable verdor, salpicado por los puntos blancos de las diseminadas edificaciones urbanas y marcado con la destacada cinta de la moderna carretera.

A poniente, el rubicundo disco solar, con su aparente séquito de nubecillas, ya violáceas, ya grisáceas, que tiende a ocultarse tras la inmensidad del mar.

En medio de este pintoresco u sugestivo paisaje, digno del pincel de Velázquez; de la pluma de un Cervantes, se dibuja, asimismo, la venerable figura del labrador, que ha hecho alto en la cotidiana faena y retorna al hogar.

Y la juventud jornalera, siempre alegre y bulliciosa, constantemente plena de energías y de vigor, anima su caminar, lanzando al espacio el torrente caudaloso de los cánticos más en auge, cuya armoniosa entonación va a confundirse con el apagado tintineo de las esquilas del ganado, que va hacia el aprisco; con el murmullo del agua, bajando, precipitada, por el caz que la conduce al plantío; con el susurro del viento, al filtrarse por la espesa arboleda; con los últimos trinos de las aves canoras, recogidas ya en la enramada … 

[A los solos efectos de ambientación] Foto de un señorito andaluz; autor: Tomás Molina, Cordoba. Fuente: “todocoleccion punto net”. 

En la huerta del señor Melchor se ha dado, también, de mano a las tareas del quehacer profesional. Ahora comienzan las preparativas del yantar, las de «dar cuerda al reloj de la vida», como expresaba en su filosofía campesina el dueño del predio referido.

El señor Melchor, propietario de la finca en que localizamos nuestro relato, es, además de amo, guía, preceptor, protector y maestro de trabajadores. Puede decirse que se crió en la hacienda que poseía y que en ella vivió siempre, aprendiendo de sus padres, que la labraron y cultivaron toda la vida, la austeridad y mesura de su trato; la rigurosidad y tenacidad en el trabajo; la exactitud y seriedad en la conducta; la serenidad y circunspección en las transacciones; la bondad y apacibilidad par con sus operarios; la cordura en el pensar …

Ostentar el título de trabajador de la propiedad del señor Melchor, significaba ser persona seria, honrada, laboriosa, inteligente profesional, trabajadora y habilidosa. Allí se aprendía bien el oficio, se adiestraba uno con el trato social del ambiente de pronunciados ribetes de urbanismo; se aprendían muchas cosas de indiscutible utilidad general, y hasta se formaba o corregía el carácter, a estilo del del dueño, que tan perfectamente sabía hacer, asimilar y formar, en sus enseñanzas sin término.

El sol, hundido casi en el horizonte, daba ya sus últimos mortecinos rayos. Puede decirse que la luz es ya solamente crepuscular. 

[A los solos efectos de ambientación] Jornaleros a hora de la comida, alrededor del dornillo, “cuchará y paso atrás”. Fuente: Salustiano Gutiérrez Baena, 11 marzo 2017, Blog de Salus, Historia Casas Viejas. 

En la huerta del señor Melchor, comienza la comida. Tanto los dueños de la heredad como sus operarios, rodean el enorme dornillo, repleto de la humeante puchera, plato fundamental del campesino trabajador.

Con lentitud parsimoniosa y previa la tradicional invocación de «Jesús», van resbalando la hueca de sus cucharas de asta por la superficie de la masa alimenticia, tomando de la misma el contenido de la concavidad cucheril, que consumen mesuradamente.

De pronto, un novel de los del «estreno en el oficio» -frase gráfica del señor Melchor para designar los aprendices- se pone repentinamente de pie y, empalidecido intensamente por la impresión nerviosa que le domina, expresa, dirigiéndose al señor Melchor, todo azorado y confuso:

-Señó Melchó: de la puchera he sacao un escarabajo.

Del crepúsculo, sereno y apacible, sólo quedan escasos hilos de claror. Con la luminosidad del día, parece que han desaparecido todos los rumores, todos los ruidos. Todo está quedo: en la Naturaleza se dijera que descansa todo.

En medio de aquel silencio majestuoso y solemne, se oye, tranquila y reposada, la voz del señor Melchor, que responde al principiante:

-Nene, habrá sido medio; porque ya hace un ratillo que tu tío Gabrié, que está ahí a tu lao, sacó la otra mitá.” 

*** Fuente: “AMAPOLAS Y JARAMAGOS: cuentos, anécdotas, narraciones y chascarrillos”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 43-45. Primera edición, Gráficas Morales, Jaén, 1.940. 

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