LA RESPUESTA DE UN SORDO.
“Un rico propietario de pueblo, de pueblo rico e importante, cercano a estación de ferrocarril de gran tráfico, tenía en cierta ocasión un criado cochero, cochero gobernador de caballos de sangre, ya que los caballos mecánicos andaban aún en ciernes en aquella actualidad, a quien se conocía por el abrevio patronímico de Chano.
Chano era un poco sordo, no oía bien; pero, a pesar de que este defecto suponía muchas veces un contratiempo para su profesión, el señor a quien prestaba sus servicios profesionales le toleraba la deficiencia y, además, le tenía en gran estima, porque a una fidelidad nada común, unía todas las demás cualidades que pueden adornar a un excelente servidor.
En muchos casos, cuando su oído, torpe, no percibía con claridad y exactitud lo que se le hablaba o preguntaba, sus extravagantes contestaciones hacían desternillar de risa al más serio de los mortales.
Una vez, encontrándose el señor a quien servía en la capital de una de las principales provincias del reino, a donde le habían llevado asuntos de su peculiar interés, avisó telegráficamente su próxima llegada a la estación ferroviaria cercana a la población de su habitual residencia, con objeto de que el cochero propio fuera a recibirlo y trasladarlo a su domicilio o casa particular, en el vehículo de tracción de sangre que poseía.
[A los solos efectos de ambientación] Coche de caballos en la Salamanca del XIX. Fuente: “salamancartvaldia punto es”.
Una interrupción involuntaria y casual de la línea telegráfica, hizo retardar considerablemente el despacho anunciativo, y cuando éste llegó a su destino no había tiempo, apenas, para cumplir la orden que contenía.
Aunque Chano era ajeno por completo a aquella tardanza, la idea de que el señor tuviera que aguardarle largo rato le mortificaba tanto, en su amor propio de puntual, que, sin pérdida de momento, enganchó la «manuela» de servicio y, al trote largo, unas veces, y, al galope, otras, recorrió en un santiamén el camino que conducía a la mencionada estación de ferrocarril.
Cuando llegó al punto de destino, el silbato agudo yu penetrante de la locomotora le anunciaba el arribo del tren «exprés», y Chano, viendo a salvo la fama de su puntualidad, dejó escapar un hondo suspiro de satisfacción.
A los pocos momentos, salió el señor de la estación y, antes de ocupar el carruaje que se le tenía prevenido, dijo a su conductor:
-¡Hola!, Chano, qué, ¿hay alguna novedad en la familia? …
A lo que el sordo contestó, con voz un poco entrecortada y poniéndose rojo como un pimiento morrón:
-Sí, señor: sudan y están jadeantes, porque … como se recibió el «parte» muy retrasado, ¡hemos venido a escape!”
*** Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 83-85. Primera edición, Jaén, febrero 1.936.
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