GITANADA.
La mañana había amanecido brumosa. La nubosidad del cielo daba la sensación de menor tiempo transcurrido; es decir, de que era más temprano de lo que los relojes, con la realidad del tiempo, medida por ellos, señalaban.
El viento había soplado suave; pero cuanto más entraba el día, más se pronunciaba, sin que la intensidad pasara de la que los marinos miden y califican con el sobrenombre de FRESCO.
El nublado no era tampoco demasiado denso y, herido por los rayos del sol, cada vez más perpendiculares, en relación con la su posición respecto a aquella parte de la tierra, se debilitaba cada vez más, hasta romper la cerrazón y presentar claros de nubes, que la acción solar disipaba y el viento empujaba hacia su dirección.
A las diez de la mañana, podía considerarse despejada de bruma la atmósfera, luciendo el sol con esplendidez de día primaveral.
[Al solo objeto de servir de ambientación] Chicas conileñas, hacia 1945, paseando por la calle San Sebastián en cualquier día festivo. Colección particular Dolores Pérez. Fuente: “Conil en la Memoria”, p. 73, 2004.
Era domingo y, como tal, el Mercado de Abastos de la población se hallaba más animado que de ordinario.
Un paseo vespertino, por dicho Mercado, los domingos y días festivos, después de de misa primera, y antes del acostumbrado por las plazas y alamedas públicas, constituía en aquella ciudad, no sólo una distracción y un recreo muy generalizador, especialmente en el elemento joven, sino una costumbre atávica no interrumpida hasta entonces por ninguna generación.
La mañana a que aludimos, cuando el Mercado se hallaba en período culminante de animación, se notó la presencia de una gitana vagabunda, joven y no mal parecida, que con el obligado cesto al brazo, casi trabado con sus largos flecos de su raído pañolón, marchaba de acá para allá, casi siempre a retropaso, para enfrentar bien con los paseantes, a quienes ofrecía, con la insistencia característica de la necesidad de procurarse algún socorro con que atender a su vivir, el regodeo de la buenaventura que, a falta de otra momentánea distracción, aceptaban muchos con harta satisfacción de la giróvaga, que veía, animada por las repeticiones, seguro el pan nuestro de cada día, para más de uno de éstos.
Andando y tanteando parroquianos, tocó la vez a un tablajero alto, delgado, enjuto y paliducho, a quien sentaron como un mal brebaje los primeros ofrecimientos de la gitana.
-No te enfaes tan pronto, güen mozo- le decía la solicitante.
-Deja que la gitana t´adivine tus pesare, pa que s´acaben d´una ve y pueas ser dichoso.
-Lo que quiero, únicamente, de ti- contestaba el solicitado -es que me libres de tu mala presencia, criatura repugnante. ¡Largo de aquí -añadía, amenazante- o no respondo de lo que te pase!
[Al solo objeto de servir de ambientación] “Una gitana diciendo la buenaventura a unos gallegos”, óleo de 1865, pintado por Manuel Rodríguez de Guzmán (Sevilla, 1818 – Sevilla, 1867). Fuente: Museo Nacional del Prado.
-No me seas esquivo, clavé seviyano. Avente a mis razones, que otros más espantaizos que tú han sío domaos por mi arte. Dame esa mano salerosa: ponla sobre la que te extiende la gitana y al minuto has cambiao por completo, y a los dos minutos serás uno de los hombres más dichosos y felices de la tierra. Dame ya esa mano distinguía y ponla sobre la que te ofrece tu feliciá por una perra gorda …
-Lo que pondré sobre ti, y con toa la violencia de ni fuerza, sermonera antipática, va sé una de estas pesas … ¡Largo de aquí, bicharraco apestoso, te repito!
-Aplaca eza tu cólera, dios de la estemplanza. Ya que renuncias a la feliciá, que conocerías por mí, y que no quieres ser deseao, da una prueba de esa largueza que tanto pregona: dame un cachito carne, un trocito de pringue para los churumbeles …
-Lo que te voy a dar, sin más espera, es una gran desazón.
A lo que, ya despechada, contestó, retirándose, por fin, la vagabunda:
-Anda, desalao, pellejón y flacucho esmirriao. Es verdad que eres to eso y mucho más. Así te quées pa siempre: con menos grasa qu´el puchero d´un probe.
NOTA DEL TRANSCRIPTOR: CON ESTA ENTRADA SE DA POR TERMINADA LOS CUENTOS QUE NARRA EL AUTOR, LUIS BRICEÑO RAMÍREZ, EN SU OBRA “FLORECILLAS DE ESCALIO”, QUE SUBTITULA COMO “RECOPILACIÓN DE NARRACIONES, RELATOS Y CUENTOS ESCRITOS EN AÑOS MOZOS, HERMOSA EDAD EN QUE TANTOS ENSUEÑOS SE TIENEN Y EN QUE SÓLO SE VIVE DE ILUSIONES.” TERMINA CON UN ALGECIRAS (CÁDIZ), INVIERNO DE 1929-1930.
*** Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 159-161. Primera edición, Jaén, febrero 1.936.
No hay comentarios:
Publicar un comentario