LA PRINCESA OLGA.
Aunque corría, más que mediado, el mes de Noviembre, hacía un día realmente sereno y hermoso, un día verdaderamente primaveral.
El sol brillaba ya intensamente y como encaminándose hacia lo alto del firmamento, inundándolo todo con sus vivos y fulgentes rayos.
El cielo, sin más que alguna que otra nubesilla diminuta y blanquecina, lucía, esplendoroso, su inmenso azul.
Soplaba ligera brisa, blanda y acariciante, que refrescaba el ambiente, templando el picorcillo de los rayos solares.
La temperatura resultaba, por todo ello, bastante agradable y deliciosa en extremo.
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[Ambientación] Soleado paisaje de otoño con árboles de oro y cielo azul en el campo. Fuente: “es.123rf punto com”, foto 88685907.
La princesita Olga, hija única y única familia, ya, de un rey tan buen padre como excelente soberano, se había levantado algo más temprano que de costumbre.
Ataviada con sencillo traje de montar, ya había desayunado y solamente aguardaba la llegada del privado de su padre y señor, para salir a pasear.
Abajo, ante la puerta de servicio del palacio que habitaba, piafaban, inquietos y nerviosos, como deseosos de ser utilizados, los caballos que habían de montar para efectuar el paseo.
Por fin, llegó el aguardado poseedor de la gracia y confianza del soberano.
Saludó, cortés, a la joven princesa, presentándole, con sus respetos, sinceras excusas por el tiempo que involuntariamente la había hecho aguardar; rindió, luego, tributo de cortesía a su amigo y señor, y, a seguido, partió, hacia fuera del edificio, a hacer tiempo de que llegara, a su vez, la princesita a quien había de acompañar.
A la media hora, poco más, poco menos, de caminar, entraron en el amplio bosque. Y en verdad que se le apetecía hacerlo, por caminar entre la sombra de sus corpulentos y copudos árboles, pues la brisa soplaba tan floja, tan tenuamente, que no era ya bastante para amortiguar los rigores solares.
Aunque el sendero por donde iban permitía, por su anchura, el paso de tres jinetes, los de la pequeña caravana de que tratamos iban como en fila: uno tras otro. Primero, la princesita, luego el favorito y amigo de su padre; por último, y un poco atrás, el criado de confianza.
La ilustre damita, no se sabe si por buscar en la mayor velocidad brisa más fresca, si por procurarse mayor ejercicio, si por inclinación a la satisfacción de un deseo mal contenido, o si por obediencia misteriosa de un impulso que pudo más que su voluntad, puso al cuadrúpedo que montaba, primero, al trote largo, poco después a galope tendido.
Su principal acompañante, no supo o no pudo contener al bruto que montaba e imitó a la princesita, y el sirviente, viendo lo que los señores hacían, y como obedeciendo una orden muda de los mismos, los siguió, poniendo igualmente en carrera al equino que montaba.
El caballo de la princesita, no se sabe si instigado por la misma o por repentino desequilibrio de su instinto, corría desesperadamente, a más no poder.
Los dos que le seguían, le quedaban cada vez más distantes.
Aquello no era correr; aquello parecía volar enteramente.
El favorito del rey, sudoroso y agotado por aquel violento y continuado ejercicio, quiso parar; pero temeroso, al propio tiempo, de la distancia a que lo iba dejando la princesita, apuró todas sus energías, continuando su carrera tendida, unos minutos más.
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[Ambientación] Chica cabalgando. Fuente: “es.pngtree punto com”.
No podía ser. La princesita se alejaba más y más, hasta el punto de no distinguirla ya ante la vista.
Algo sobresaltado, por ello, el privado, hizo seña al sirviente para que continuara, avisándole con fuerte voz:
-Anda tú, alcánzala y dile que aquí os espero.
Y, en efecto, poniendo a paso lento su caballo, se limpió los sudores que por el violento ejercicio le inundaban la cara, se ordenó un poco las ropas, un tanto revueltas por la impetuosa carrera, y se dispuso a esperar, descansando en esa forma, a sus acompañantes.
A medida que el tiempo pasaba, iba en aumento la inquietud que comenzó a perturbar su ánimo.
-Qué chiquilla más fuerte y más valiente -pensaba al principio.- Un poco ligera, ligereza de la juventud -añadía- allá va, en carrera furibunda, loca, dada sin freno de ninguna clase, como la cosa más natural del mundo … -¡Oh la juventud! -exclamaba.- ¡Juventud!… Eso es: no hay más que la satisfacción de un capricho pasajero -continuaba, sin pesar sus inconvenientes …
Al raciocinar sobre este particular, pensaba con cierto estremecimiento:
-¡Caramba!… Mira que si le ocurriera algo …
Pero, reponiendo su ánimo, inquiría con la vista y con el oído algo que le indicara el retorno de sus acompañantes, tan deseado.
Este no se vislumbraba, volviendo el pesimismo a sus cavilaciones.
Por fin, distinguió allá, a lo lejos, un bulto que fue agrandando a su vista, hasta convertirse en un jinete.
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[Ambientación] Un par de jinetes cabalgando hacia la puesta de sol. Fuente: “es.pngtree punto com”.
Así fue, en efecto: el jinete era el criado que, abatido y fuertemente apesadumbrado, volvía a dar la desagradable nueva a su principal:
-Señor: la princesita se ha extraviado. El caballo que montaba, desbocado, loco, no se sabe donde la ha llevado. He mirado y escuchado con toda atención y … nada. Nada de ella he podido ver, averiguar, ni saber. ¡Nada! … -gimió, por último, con desolación.
Un fustigazo en público, recibido en mitad de la cara, no le hubiera producido mayor ni más fuerte impresión, al privado.
Aquello no podía ser.
¿Una desaparición? … ¿Una desgracia? …
¡Imposible! … ¡Imposible! …
¡No podía ser! …
-¡Corramos! ¡A galope, nuevo! … -ordenó.-Hay que darle alcance! ¡Hay que encontrarla! -rugió, más que habló.
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Corrieron, anduvieron, indagaron, investigaron sin cesar. Todo inútil. Todo en vano.
Pasó la mañana, pasó el mediodía y pasó la tarde …
Todo infructuosamente.
Ya anochecido, volvieron al palacio, mohínos, cabizbajos, vencidos, derrotados.
En entendimiento del privado, como cansado de actuar, puede decirse que apenas funcionaba ya.
El sobresalto, la inquietud, la desazón, la fatiga, la congoja, la pesadumbre, el cansancio físico y el sufrimiento moral, lo habían agotado.
Casi no supo hablar ni explicarse nada.
Más que un hombre, más que una persona, parecía, daba la sensación de un inconsciente, de un irracional.
El doméstico fue el que, aunque fuertemente impresionado y dolorido, dio razón de lo acontecido.
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[Ambientación] Dos “cavaliers” trotando sobre caballos negros. Museo de Bellas Artes de la Villa de París. Fuente: “alamyimages punto fr”.
Cuando en palacio se conoció la inquietante realidad de los sucedido, todo el mundo se conmovió.
La impresión fue violenta, formidable.
La inquietud y el temor fueron tan terribles como unánimes.
No había paz, sosiego ni tranquilidad en ningún espíritu.
Pero la reacción fue pronta, rápida, veloz.
La fuerza y eficacia en la acción, verdaderamente nerviosos.
A la admiración y asombro extremados, pasmosos, sucedieron la actividad y el orden. Ni confusión ni bullicio. Rapidez y prontitud en el obrar. Diligencia y eficacia en la acción.
A poco salía una fuerte y numerosa expedición de lo más resistente y aguerrido de la capital del reino, provista de toda clase de elementos apropiados para invadir, explorar y traspasar el bosque, hasta la abrupta y escarpada sierra que lo limitaba, en su lejanía.
A su cabeza marchaba fuertemente azotado por hondo pesar, pero animado por la esperanza, el buen rey, cuyo amor filial le daba tanta energía y entereza.
Lo anduvieron todo, todo lo escudriñaron y registraron.
Mientras hubo huellas o pista que seguir, no descansaron.
No quedó nada por ver, ni nada por analizar.
Tres días consecutivos duró la expedición.
Tres días de constante actividad, de lucha entre la ansiedad y el temor; entre la impaciencia y resignación momentánea; entre la halagadora esperanza y la desconsoladora realidad; entre el deseo vehemente y la negación absoluta.
La expedición resultó ser una gestión sin resultado positivo.
Desaprovechamiento de acción.
Esterilidad de un gran esfuerzo.
Infructuosidad del empleo de energías y actividades.
Negación de fruto y de provecho.
Fuente de mayor sufrimiento, intensificación de un dolor acerbo.
Manantial de aflicción, de angustia, de desolación.
Origen de violenta crisis, deparadora de saludable reacción, con nacimiento de restos de esperanza.
Hubo edictos, pregones y tentadores ofrecimientos.
Se llegó al sacrificio.
Se anunció con toda formalidad el solemne otorgamiento de la mano de la princesita a su afortunado salvador.
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[Ambientación] Tarde de exteriores en Las Contiendas, 1969. Fuente: “asociacionamigosacab.blogspot punto com”, Academia de Caballería, Valladolid, 30 noviembre 2015.
El solípedo que montaba la princesita, desenfrenado ya, por completo, despidió su preciada carga, en una de sus repetidas cabriolas, dejándola en el suelo, ya fuera del bosque, en las primeras estribaciones de la sierra escarpada y abrupta que por aquella parte lo limitaba, continuando su loca y endiablada carrera por la misma, hasta precipitarse por un alto despeñadero, cuyo fondo no era nada fácil distinguir.
La princesita rodó varias vueltas por el suelo, pero, afortunadamente para su salud, apenas si se produjo daño de importancia.
Lo más serio fue el golpetazo recibido, por la sacudida, en la cabeza, que le privó del sentido durante un tiempo que la víctima no pudo precisar.
Cuando recobró el conocimiento, se hallaba recostada en un lecho de seco y crujiente follaje, en un rincón de una pequeña y humilde choza, perdida en la espesura de los matorrales y retamares de la sierra, y ante una vieja, fea y desgreñada, que la miraba con ojos de presa apetecible.
Sus primeros actos instintivos fueron pretender gritar, en demanda de auxilio, y salir para orientarse y buscar a sus acompañantes, pero no pudo. Un enérgico ademán de la vieja, imponiéndole silencio, paralizó su intención. Después, raciocinando, quiso explicar lo sucedido, decir quien era, ofrecer las seguridades de tentadora recompensa; pedir, suplicar, implorar, …
Oros varios ademanes, gestos y frases mágicas de la horripilante vieja, que no era otra cosa una bruja, la bruja jefe del conciliábulo de hechiceras de aquellos parajes, la privaron de acción y voluntad, como si hubiera estado magnetizada, hasta el punto de dejar de ser dueña de todos sus actos.
En aquella rara, especial y extraña situación psicológica, carente de voluntad y privada, casi, de palabra y de movimiento, y encubierta a la vista de posibles visitantes, por aquel follaje del lecho, permaneció insensible a cuanto ocurría a su alrededor, hasta bien entrada la noche, que una serie de ruidos y confusión desenfrenados le hicieron reaccionar un tanto.
Continuaba sin poder hablar no moverse libremente; pero notaba que en su boca vertían, haciéndoselo tragar, un brebaje de fuerte sabor a vegetales y que untaban su cuerpo, desprovisto de ropas, con una grasa maloliente que la iba dejando insensible.
Llegó un momento en que se dio cuenta de que la sacaban al centro de la choza y que un corro de viejas, todas brujas, sin duda, y hechiceras, mascullando frases que no llegó a comprender, bailaba en su alrededor una especie de danza velocísima, vertiginosa … Pero ahí acabó la cuenta que se daba de sus actos.
Después de tal ceremonia, si así puede llamarse a aquella mojiganga, y como resultado del artificio diabólico, quedó convertida, por encantamiento del arte prenatural de las brujas asistentes a aquel conventículo mágico, en un salvaje macho cabrío, montuno, de pelo rubiáceo, cola corta, menuda y poblada, y mechón peludo, colgante de la mandíbula inferior.
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[Ambientación] Principales lesiones cuando montas a caballo. Fuente: “revistamundoequino punto com”, 12 febrero 2020.
El invierno se había presentado en la comarca frío y lluviosos en extremo.
Los temporales se sucedían con tal frecuencia, que muy bien podía decirse que enlazaban sucesivamente la terminación de uno con el comienzo de otro siguiente.
El mal tiempo retrasaba las faenas agrícolas y paralizaba de tal modo toda clase de quehaceres, en general, que la población menesterosa no sabía ya a qué medio apelar para procurarse lo necesario para subsistir.
Tal crisis de trabajo, con su cohorte de necesidades sin cuento, repercutía, como consecuencia natural, en los hogares humildes, y, principalmente, en el hogar campesino, cuyos moradores, privados de empleo u ocupación, sólo y principalmente encontraban en la caza lo indispensable para no perecer de inanición.
El nieto de un matrimonio anciano, leñador y carbonero (la esposa, aunque anciana, laboraba las faenas simultaneándolas con su marido), habitante en humilde cabaña, cercana a las fragosidades de la sierra baja, aprendiz de leñador y carbonero, como fueron sus padres, fallecidos, y lo eran sus abuelos, con quienes vivía, tuvo también que buscar en la caza la obtención de lo indispensable para el vivir de los suyos, que era, también, su propio vivir.
Y tras ruda y titánica lucha con los desatados elementos -furia del viento, azote de la lluvia torrencial- y con la defensa natural de la caza, consiguió capturar una gran pieza caprina, que le llenó de satisfacción.
[Ambientación] El campeón Rudolf, de dos años y medio, campeón de un concurso de ganado caprino en Galicia. Fuente: “lavozdegalicia punto es”, 20 diciembre 2022.
Cuando la hubo enlazado y asegurado perfectamente, dudó largo rato, mientras caminaba con su presa, entre conducirla al hogar, para su sacrificio y consumo inmediato, o trasladarla a la ciudad, para su venta y empleo del producto en atenciones de más universal necesidad.
Optó, por fin, por lo segundo, y ya cerca de la capital del reino, en cuyo término jurisdiccional habitaba, y a la cual se dirigía, estuvo a punto de perderlo todo, salvándolo únicamente la casualidad, que, para su fortuna, encadenó los sucesos de tal modo favorables para nuestro leñador, que lo que pudo ser esterilidad neta de un prolongado y titánico esfuerzo, se convirtió en el bien más grande con que pudo soñar.
El viejo y melenudo caprino que conducía, fruto de una ímproba, tenaz y fatigosa actividad, en su indómita rebeldía, llegó a quebrantar, rompiéndola, finalmente, cerca del atardecer, la cuerda con que lo sujetaban, emprendiendo veloz carrera hacia su completa libertad; pero nuestro joven leñador, pronto como un desesperado, le dio tal pedrada en mitad del cuerpo, que le hizo caer a tierra, para no poder correr ni escapar más.
Y al acercarse a la que ya era nuevamente su presa, con ánimo de asegurarla definitivamente, quedó suspenso, atónito, pasmado, de la maravilla que ante sus ojos se realizó.
El salvaje caprino, al caer a tierra, consecuencia de la fuerte pedrada recibida, levantó como una nube de humo, blanco y espeso, que, al disiparse, dejó ver un lindo y hermoso cuerpo de mujer, rubia como el oro y bella como un rayo de sol, que ruborosa en extremo, no sabía cómo ocultar sus desnudeces.
El joven aprendiz de leñador y afortunado cazador, pasados los primeros momentos de estupor y emoción por tan grata y singular sorpresa, dándose cuenta inmediata de las circunstancias, se despojó apresuradamente de pare de sus ropas exteriores, y cubrió rápidamente las blancas y mórbidas carnes de su extraña compañera …
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[Ambientación] Bajo el influjo de la luna: el bosque y la bruja. Fuente: “lashojasdelbosque.blogspot punto com”, 1 noviembre 2016.
La caza del afortunado aprendiz de leñador, no era otra que el salvaje macho cabrío en que la magia de las brujas de la sierra habían transformado, por arte de encantamiento, a la princesita de nuestro relato.
La fuerte pedrada de su cazador, operando violenta sensación en el cuerpo de la pieza fugitiva, ocasionó vigorosísima reacción en el organismo de la misma, y, como consecuencia de ella, se produjo la evolución del desencantamiento, que hizo recobrar a la princesita su primitivo, propio y natural ser.
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Cuando la heroína de nuestro cuento llegó a palacio, acompañada de su deslumbrado hallador y salvador, luego de la viva impresión que causó su retorno y la rara casualidad que lo produjo, todo fue allí alegría, algazara jubilosa, satisfacción y contento.
El buen rey, intensamente emocionado y llorando como lloran los niños apresando contra sí el juguete ansiado, que pretenden arrebatarle, no sabía desprenderse de los brazos amorosos de su querida hija …
El privado y favorito del mismo, convaleciente, todavía, de la grave enfermedad que le acarrearan los sufrimientos de la desaparición, rompió el aislamiento y clausura que se había impuesto, acudiendo, presuroso, a rendirse a los pies de la desparecida y recibir el perdón de la misma, generosamente otorgado …
El Gobierno, en pleno; la alta y baja servidumbre; las autoridades y funcionarios; el pueblo entero, desfilaron, sin cesar, días tras días, por palacio, rindiendo a sus moradores acabado y sincero tributo de admiración, cariño, adhesión y cortesía.
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[Ambientación] La bella durmiente, 1920, obra de Otto Kubel (1868-1951). Fuente: Wikipedia, la enciclopedia libre.
Tres meses después, se cumplía el solemne ofrecimiento que el buen rey hiciera en los primeros días de su amarga desventura.
La princesita Olga, hija única y única familia de aquel rey tan buen padre como excelente soberano, se unió para siempre, mediante oficial casamiento, con aquel humilde aprendiz de leñador y carbonero que la arrancara del encantamiento a que el maleficio de las brujas la tenían condenada.
Y cuentan las viejas crónicas del pasado que aquel noble matrimonio fue siempre modelo de esposos, modelo de hijos, modelo de padres, que contínuamente fue feliz, y que no hubo nunca soberanos que le superaran en el cariño profesado a sus súbditos todos; que jamás existió país mejor conducido, ni nación más bien guiada y administrada.
Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 43-57. Primera edición, Jaén, febrero 1.936.
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