ABUNDIO EL BUENO.
-¿Quién era Abundio el bueno? …
Al escuchar el grupo infantil la pregunta del abuelito, se quedó mirándolo atentamente y sin pestañear, aguardando que él mismo, tan amable siempre para con ellos, les explicara el significado de aquella interrogación.
Y el abuelito, comprendiendo el interés de sus nietos, no tardó en continuar:
-Abundio el bueno- narró- era sencillamente el nombre con que distinguíamos a un antiguo convecino mío, poco más o menos de mi misma edad, que vivió con mi amistad los años de la adolescencia, estudiando y educándose en el mismo colegio que yo.
Era hijo único de un opulento labrador, a quien gustaba pasar largas temporadas en una hermosa finca de campo que poseía, pudiéndose decir, sin temor de exagerar, que vivía en el mismo mucho más que en la ciudad.
Muchacho prudente, serio y de buen juicio, contaba con el cariño de sus profesores y con la consideración, buena amistad y simpatía de la inmensa mayoría de sus compañeros.
[Ambientación] “¿No puedes hablar?”, siglo XIX. George James Zobel; aguafuerte sobre papel. Museo Nacional de San Carlos, INBAL. Fuente: “gatopardo punto com”, Argelia Martínez, 14 diciembre 2021.
Cuando hablaba en tertulias escolares, o intervenía en cualquier cuestión estudiantil, de las que surgían tantas y con tanta frecuencia, siempre se les escuchaba con atención y se le acataba y respetaba como a un superior.
Además, fue siempre espíritu liberal y generoso hasta la esplendidez.
Bastaba que notara cualquier gesto de disgusto o cualquier acto que pudiera significar contrariedad o pesadumbre en cualquier condiscípulo, para que preguntara, interesándose en el asunto que lo motivara, por nimio o insignificante que fuera.
De todas sus bondades y de su seriedad tenía dadas multitud de pruebas.
Por eso, cuando, luego del último examen que nos puso en posesión del título de Bachiller, nos refirió, en tertulia íntima, la anécdota más culminante de su niñez, la creímos todos a pies juntillas.
Él, al contrario de lo que sucede en la inmensa mayoría de los casos, jamás maltrató a ningún ser orgánico.
Los animales domésticos existentes en la finca de campo donde vivió todo el período de la niñez y los de la adolescencia y juventud, compatibles con los estudios, jamás recibieron de él otra cosa que no fueran mimos, cuidos y caricias.
Los gatos, perros, gallinas, patos, palomos, etcétera, de la finca, no sólo se dejaban, en términos generales, acariciar de su racional amiguito, sino que buscaban sus caricias, cuidos y frecuentes obsequios.
Y no sólo se entretenía en vigilar y mejorar su existencia, sino que se esforzaba en allegar e imponer la paz y armonía entre aquellos que por instinto eran antagónicos, cuando no feroces enemigos.
Por eso se le veía con gran frecuencia acortar las diferencias instintivas entre un gato y un perro iracundo, por naturaleza, y entre la gallina, por ejemplo, que pretendía picotear al palomo que acudía a compartir con ella la comida o el pienso.
Hasta el astuto y desconfiado gorrión aguantaba sin volar la cercanía del nene, picando los granos de simiente regados previamente en el suelo, para su mejor alimentación.
[Ambientación] “Bodegón con animales”, 1.680-1.690, óleo sobre lienzo, 141 x 172 cm, Melchior d´Hondecoeter. Fuente: Museo del Prado, Madrid.
Él lo decía, en manifestación sincera, aún sin salvar la comparación:
-Entre aquellos débiles irracionales tenía yo tal ambiente de protector y de convivente y entrañable amigo que, entre ellos, me consideraba como un irracional más.
He aquí por qué sucedió, en cierta ocasión, lo que ahora vais a escuchar.
Abundio el bueno, enfermó, un día, de bastante cuidado.
Los médicos encargados de su curación, le prescribieron reposo, quietud y que no se molestara con conversaciones, visitas, ni tertulias.
-Tranquilidad, quietud y silencio- habían repetido.
Siguiendo la consigna médica, en la habitación-alcoba de Abundio, pasaron unas cuantas fechas sin que entraran para nada más personas que su madre y la doncella de confianza.
Para los demás, excepto para el padre, que lo contemplaba algunos ratos, de pie y en silencio, no había acceso a la habitación.
Y contaba Abundio el bueno, que una mañana, al entrar el médico de cabecera a ver al enfermito, juntamente con la madre del mismo, encontraron al nene y a la doncella profundamente dormidos; a un gato y un perro, en el propio lecho del doliente, acurrucados en las ropas cameras, pero con los ojos muy abiertos, como vigilando el descanso de su obsequioso protector; a un gallo que cacareaba, nervioso, con fuerte pisada y un ala extendida con rigidez, en derredor de varias gallinas; a un palomo, arrullando, coquetón, en el alfeizar exterior de un ventanal de la alcoba, de puertas entrabiertas, para mayor ventilación, y a un gorrión que, al volar presuroso, desde la mesilla de noche, hacia el hueco, abierto, de las persianas, volcó un bernegal [Taza para beber, ancha de boca y de forma ondeada. RAE] que había en aquélla, despertando al enfermito, que reía con los bríos de una súbita mejoría la torpeza y aturullamiento del pajarito, revoloteando, sin tino, por toda la habitación, al no acertar, en su precipitada salida al exterior, con el hueco por donde había entrado, interceptado, ahora, por el velo tenue del cortinaje que lo cubría.”»
Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 37-41. Primera edición, Jaén, 1.936.
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