NENE,
SERÁ MEDIO.
Tarde
muriente del Otoño, en sus primeros días.
Sol,
ya poniente, que derrama el inagotable caudal de su fogosa luz, en
rayor que, por su pronunciada oblicuidad, apenas deslumbran.
Tenues
nubecillas, agrupadas allá, en el horizonte marino, que van
cambiando el color de su albura por el dorado carmín y violeta, que
la luz solar les va imprimiendo.
Cielo
despejado, de un azul claro, muy claro, que tiende cada vez más a
convertirse en gris, en sus varias tonalidades.
Brisa
marina, blanda y suave, que aroma y refresca el ambiente, haciendo,
también, agradable y deliciosa la temperatura.
Panorama
pintoresco y variado.

[A los solos efectos de ambientación] Atardecer del 27 diciembre
2024, Conil. Fuente: Facebook de Antonio Leal.
A
levante, bañados por la decreciente luz del día, que no tardará
mucho en convertirse en crepúsculo, la ingente y quebrada línea de
las cercanas montañas; la variante ondulación de las colinas; el
oculto y florido valle; el riente arroyuelo; la apretada mancha de la
frondosa arboleda …, enmarcado todo ello en un gigantesco paisaje
de variable verdor, salpicado por los puntos blancos de las
diseminadas edificaciones urbanas y marcado con la destacada cinta de
la moderna carretera.
A
poniente, el rubicundo disco solar, con su aparente séquito de
nubecillas, ya violáceas, ya grisáceas, que tiende a ocultarse tras
la inmensidad del mar.
En
medio de este pintoresco u sugestivo paisaje, digno del pincel de
Velázquez;
de la pluma de un Cervantes,
se dibuja, asimismo, la venerable figura del labrador, que ha hecho
alto en la cotidiana faena y retorna al hogar.
Y
la juventud jornalera, siempre alegre y bulliciosa, constantemente
plena de energías y de vigor, anima su caminar, lanzando
al espacio el torrente caudaloso de los cánticos más en auge, cuya
armoniosa entonación va a confundirse con el apagado tintineo de las
esquilas del ganado, que va hacia el aprisco; con el murmullo del
agua, bajando, precipitada, por el caz que la conduce al plantío;
con el susurro del viento, al filtrarse por la espesa arboleda; con
los últimos trinos de las aves canoras, recogidas ya en la enramada
…

[A los solos efectos de ambientación] Foto de un señorito
andaluz; autor: Tomás Molina, Cordoba. Fuente: “todocoleccion
punto net”.
En
la huerta del señor
Melchor
se ha dado, también, de mano a las tareas del quehacer profesional.
Ahora comienzan las preparativas del yantar, las de «dar cuerda al
reloj de la vida», como expresaba en su filosofía campesina el
dueño del predio referido.
El
señor Melchor,
propietario de la finca en que localizamos nuestro relato, es, además
de amo, guía, preceptor, protector y maestro de trabajadores. Puede
decirse que se crió en la hacienda que poseía y que en ella vivió
siempre, aprendiendo de sus padres, que la labraron y cultivaron toda
la vida, la austeridad y mesura de su trato; la rigurosidad y
tenacidad en el trabajo; la exactitud y seriedad en la conducta;
la serenidad y circunspección en las transacciones; la bondad y
apacibilidad par con sus operarios; la cordura en el pensar …
Ostentar
el título de trabajador de la propiedad del señor
Melchor,
significaba ser persona seria, honrada, laboriosa, inteligente
profesional, trabajadora y habilidosa. Allí se aprendía bien el
oficio, se adiestraba uno con el trato social
del ambiente de pronunciados ribetes de urbanismo; se aprendían
muchas cosas de indiscutible utilidad general, y hasta se formaba o
corregía el carácter, a estilo del del dueño, que tan
perfectamente sabía hacer, asimilar y formar, en sus enseñanzas sin
término.
El
sol, hundido casi en el horizonte, daba ya sus últimos mortecinos
rayos. Puede decirse que la luz es ya solamente crepuscular.

[A los solos efectos de ambientación] Jornaleros a hora de la
comida, alrededor del dornillo, “cuchará y paso atrás”. Fuente: Salustiano Gutiérrez
Baena, 11 marzo 2017, Blog de Salus, Historia Casas Viejas.
En
la huerta del señor
Melchor,
comienza la comida. Tanto los dueños de la heredad como sus
operarios, rodean el enorme dornillo, repleto de la humeante puchera,
plato fundamental del campesino trabajador.
Con
lentitud parsimoniosa y previa la tradicional invocación de «Jesús»,
van resbalando la hueca de sus cucharas de asta por la superficie de
la masa alimenticia, tomando de la misma el contenido de la
concavidad cucheril, que consumen mesuradamente.
De
pronto, un novel de los del «estreno en el oficio» -frase gráfica
del señor
Melchor
para designar los aprendices- se pone repentinamente de pie y,
empalidecido intensamente por la impresión nerviosa que le domina,
expresa, dirigiéndose al señor
Melchor,
todo azorado y confuso:
-Señó
Melchó:
de la puchera he sacao un escarabajo.
Del
crepúsculo, sereno y apacible, sólo quedan escasos hilos de claror.
Con la luminosidad del día, parece que han desaparecido todos los
rumores, todos los ruidos. Todo está quedo: en la Naturaleza se
dijera que descansa todo.
En
medio de aquel silencio majestuoso y solemne, se
oye, tranquila y reposada, la voz del señor
Melchor,
que responde al principiante:
-Nene,
habrá sido medio; porque ya hace un ratillo que tu tío
Gabrié,
que está ahí a tu lao, sacó la otra mitá.”
***
Fuente:
“AMAPOLAS Y JARAMAGOS: cuentos, anécdotas, narraciones y
chascarrillos”, por Luis
Briceño Ramírez,
p.p. 43-45.
Primera edición, Gráficas Morales, Jaén,
1.940.