“La predicación y las misiones populares constituyeron, sin duda, una de las razones principales del prestigio de que gozaron los Mínimos. El sermón era una manera de llegar al pueblo y transmitirle las directrices pastorales y morales de la Iglesia. Durante el Antiguo Régimen había casi cien festividades religiosas que obligaban a asistir a los templos. Desde la sencilla plática de la misa hasta el sermón de campanillas de la función religiosa de la fiesta mayor de Nuestra Señora de las Virtudes, las variadas <piezas> oratorias de los monjes, llenas de barroquismo y efectismo (con crucifijo, calavera y pintura del alma condenada) seducían al pueblo, enseñando o reafirmando prácticas y doctrinas … y reclamando invariablemente la confesión de los pecados. A veces competían con los mínimos de Conil otras órdenes de este menester, como los jesuitas o los capuchinos, generando recelos y rivalidades entre órdenes. Son famosas las misiones de los jesuitas en las almadrabas de los duques de Medina Sidonia, en Conil y Zahara, durante la segunda mitad del XVI y la primera del XVII, destacando las misiones del Padre León, que pasó varias veces por Conil, evangelizando a pescadores y pícaros. También famosas fueron las misiones del capuchino Fray Pablo de Cádiz, gran misionero del siglo XVII, que murió en Conil en plena actividad y adonde vino por ser de los pueblos <en que hacía más tiempo no se había hecho misión>.
Claustro del convento hacia 1960. Fuente: Boletín “La Laja” (mejorada por Scard Bermos, Juan Bermúdez).
Durante el siglo XVIII, los fieles y notables de Conil estaban satisfechos de sus predicadores de la orden de los mínimos. Así lo testifica el vicario D. Juan Marín Moreno en 1776, quien refiere que siempre hubo en Conil buenos predicadores cuaresmales y conventuales. En 1738 – cuenta el vicario – vino a predicar la cuaresma fray Juan Morilla, con tanto espíritu, que la limosna subió. En 1739, fray Juan Bottaro, que después fue provincial de la orden, la incrementó; y en 1740 fray Antonio Baquero – erudito y orador de mucha fama – consiguió, tras una prédica excelente, que los eclesiásticos y hombres principales del pueblo acordaran darle un peso fuerte cada uno, llegando la limosna a cien pesos, por lo que los padres provinciales <han mandado desde entonces la flor de la provincia y ha tenido este pueblo todos los años de predicador cuaresmal un sugeto de singular erudición con que consultar sus dudas en el confesionario o fuera de él, y el gusto de oir en el púlpito un maestro en la oratoria. Y el pueblo está tan contento con sus religiosos victorios, que cuando por accidente en alguna fiesta ha venido predicador de otra religión (sic), han quedado todos disgustados>. El informante opina que el provincial debe seguir mandando a Conil predicador cuaresmal, porque si es de otra orden (dice otra vez <religión>) obtendrá sólo treinta, porque <los que dan el peso duro, que es cuasi toda la limosna, entonces no lo harán, y la villa no sabemos si acudirá con los diez pesos. Y … poco le sobrará, y los demás sermones de entre año no abrá quien los predique, pues estos tienen unión con la cuaresma. Y es de recelar que se entibie la aplicación de estos religiosos (los mínimos) en la asistencia espiritual del pueblo con la quexa de poco atendidos en una materia donde tienen la posesión de más de dos siglos>.
[Ambientación. Ilustración no contenida en el original]] Sermón desde un púlpito. Fuente: “Los frailes mínimos de San Francisco de Paula en Sicilia”, 30 octubre 2012, “elrestoqueretorna.blogspot punto com”.
A mediados del siglo XVIII, los conventos de la diócesis gaditana pasaban por una época de calamidad. Según un informe de 1751, muchos edificios se hallaban arruinados, sin levantar aún sus claustros (caso de Conil), sumidos en la miseria y abocados a la relajación y salida de la clausura por falta de recursos, como ocurría con los mínimos de Medina Sidonia; el convento de la Victoria de Alcalá disfrutaba por el contrario de muy decente dotación y tampoco padecían urgencia los mínimos de Jimena, Puerto Real y Conil. Sus recursos eran reducidos, pero la austeridad de la orden permitía el arreglo. En 1767, los conventos seguían pasando dificultades, con problemas de inobservancia de la disciplina y algunos abusos, cometidos según el obispo fray Tomás del Valle por causa <de la práctica o del permiso de los prelados de salir de sus conventos a mañana y tarde solos y a su arbitrio a visitar en aquellas casas de su devoción, quedándose muchos por temporadas en las de sus padres, hermanos o parientes>. Ello – señala el obispo – entibia mucho el régimen del claustro, sobre todo entre los jóvenes, sujetos a deslices que deslucen <el honor del santo hábito que visten>. Los franciscanos tenían permiso para salir de la clausura a pedir limosna, pero desde 1772 se dictaron normas estrictas: sólo podían mendigar durante 15 días al año, distribuidos por estaciones, con la prohibición de pernoctar fuera de la clausura y otras restricciones.”
[Ilustración no contenida en el original] El Convento, en estado ruinoso, sin fecha determinada, pero siendo muy osado en la hipótesis, podría ser del pionero de la fotografía en Europa Jean Laurent, que trabajó en España entre 1856 y 1886), u otro de esa época. Fuente: Archivo Digital de la Diputación de Cádiz. Postal de Conil de la Frontera. Fondo: documentación gráfica, postales.
Fuente: Boletín “LA LAJA” (Amigos del Patrimonio Natural y Cultural de Conil), núm. 4, pp. 31-39, agosto 2004.
[CONTINUARÁ]
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