sábado, 22 de marzo de 2025

HISTORIAS DE LUIS BRICEÑO, 13.

EL SABLE DE PALO.

Don Raimundo del Corral, era un veterano voluntario de nuestro ejército colonial que, resistiéndose a vivir bajo la tutela de una dominación extranjera, abandonó aquellas tierras arrebatadas al dominio de nuestra querida patria, viniendo a residir a un risueño pueblecito del litoral andaluz.

Como, luego de ser persona de corrección envidiable y de muy simpática locuacidad, disfrutaba de una posición relativamente desahogada, además de poseer bastante ilustración, entró, bien pronto y de lleno, en la sociedad pueblerina, de la que de seguida formó parte destacada e interesante.

Inscribióse, luego, como socio, en el casino de la localidad, y, en muy poco tiempo, por su carácter abierto y placentero, por su trato exquisito y delicado y por sus inmejorables condiciones morales, llegó a captarse la simpatía y estimación de todos sus contertulianos.

Por su referida cualidad de voluntario, durante las últimas guerras coloniales, conocía en la intimidad a muchos generales, jefes y oficiales de nuestro ejército, a los que siempre enaltecía con el convencimiento pasional y vehemencia de excelente patriota.

Varias veces, requerido por algunos de sus amigos y contertulios, había relatado hechos íntimamente relacionados con el carácter peculiar de algunos de sus antiguos jefes y camaradas, demostrando, de paso, la competencia adquirida en asuntos militares.

Un día, con motivo de la lectura de la noticia del fallecimiento del general Las Peñuelas, a quien le unían recuerdos imborrables, juntamente con afectos engendrados por razones de agradecimiento, contó la siguiente anécdota, un tanto emocionado por la impresión que en su alma imprimían los recuerdos no muy gratos de amarguras y penalidades derivadas de su voluntaria actuación militar:

-El celoso general Las Peñuelas, era a la sazón coronel de uno de los regimientos provisionales formados en momentos de conveniencias, con los elementos dispersos y excedentes de otros cuerpos, de guarnición en La Habana.

Imagen al solo efecto de ambientación. Lámina del coronel Francisco Ampudia, 1872, Guerra de los Diez Años, Cuba, historia de los Voluntarios Cubanos. Fuente: “todocoleccion punto net”. 

El coronel Las Peñuelas, era uno de esos caracteres militarizados y militarizantes que no se doblegan por nada ni por nadie. Recto, minucioso y detallista, y enamorado de la ecuanimidad de todos cuantos le rodeaban, no perdonaba medio ni gestión que estuviera a su alcance para descubrir y corregir hasta el menor defecto, la más leve deficiencia que pudiera nublar lo más mínimo el brillo disciplinario de las fuerzas de su mando.

Cierta vez, en sus constantes investigaciones en pro de lo que en él era un verdadero prurito, logró averiguar que uno de los soldados de su regimiento, sin duda por la necesidad de hacerse de algunos posibles, mientras las «sobras» no se pusieran al corriente, había empeñado la hoja de acero de su machete, sustituyéndola por otra de madera.

Su indignación, al conocer la noticia, no tuvo igual.

Excitado, nervioso y encajado en la fuerza y vigorosidad de su temperamento y de su empleo, marchó al cuartel, mandando formar inmediatamente las fuerzas a sus órdenes, en acto de revista general de armamento y vestuario.

Circularon órdenes, corrieron partes, sonaron las cornetas y … luego en perfiladas alineaciones, se situaron en el amplio y anchuroso patio del cuartel, cuantos integraban aquella unidad militar.

Nuestro coronel, ante la perspectiva de su acción poderosa y la descontada posibilidad de obtención del logro de uno de sus deseos, se regocijaba extremadamente en su interior.

-Allí -pensaba-, entre aquellas correctas filas de soldados, tan firmes, tan sometidos, debía encontrarse, tenía que estar, el autor de la suplantación, sin sospechar, quizá, que ante sus admirados compañeros y superiores, tenía que descubrirse la superchería … Majadero. Ya la pagaría cumplida y públicamente.

-¡Qué satisfacción para el jefe -continuaba evolucionando su pensamiento- la de descubrir y corregir ante todos una falta cometida!… ¡Qué ejemplo más eficaz y poderoso, para evitar desmanes y anomalías, en lo sucesivo!… ¡Qué lección más práctica y ejemplar, para el mejoramiento y perfección de la disciplina!…

Sereno, después de sus meditaciones, y satisfecho de su resolución, avanzó, decidido, hacia la tropa, y sin dilación alguna, personalmente, fue examinando, uno por uno, atenta y escrupulosamente, a todos los soldados.

Imagen al solo efecto de ambientación. Batallón ligero de voluntarios de la villa de Ycod, crónicas de la historia. Fuente: La Voz de Tenerife Norte, José Fernando Díaz Medina, 3 noviembre 2019. 

Ya faltaban pocos números para llegar al culpable; dentro de nada, se descubriría y corregiría cumplidamente la falta cometida …

De pronto, el austero y riguroso coronel se detuvo un momento. Estaba decidido a castigar; pero no tenía plan definido. Había de meditarlo un poco …

-¿Qué hacer -pensó- que no fuera la corrección rutinaria de todos? … No; él no quería eso. Mejor, disimular y perdonar. Había que idear otra cosa que no fuera tan ordinaria y vulgar; había que pensar en algo nuevo, original, de gran efecto y … de ejemplaridad. ¿Qué hacer? … ¿Qué hacer? …

Ya; ya había atinado. El Destino le protegía, sin duda, como siempre. A su imaginación acudió, por fin, una idea, que juzgaba feliz, una idea que deslumbraría a sus subordinados y que, comentándose, extendiéndose y saliendo de la esfera del cuartel, admiraría posiblemente a sus propios superiores … -Eso es -se dijo, resuelto- y, poniéndolo en práctica, continuó su labor de examen y escudriñamiento de las filas, hasta llegar a uno de los examinados a quien, además de tener en mal estado de conservación el armamento, faltaban unos botones en la guerrera.

Aquella era, precisamente, la oportunidad ideada, para poner en práctica el plan concebido.

En efecto, después de hacerlo notar al interesado, dio orden de que el mismo avanzara unos pasos, mandando seguidamente que el soldado autor de la superchería, a quien de antemano conocía, por habérsele indicado confidencial y disimuladamente, le suministrara un par de cintarazos, en las asentaderas.

El superchero, viéndose cogido, al tener que cumplir la orden de su primer jefe, temblaba de vergüenza y de estupor. Al principio, vaciló, titubeante y atorrullado; pero reaccionando rápidamente, avanzó, con decisión, hacia donde se encontraba el compañero castigado y, postrando en tierra ambas rodillas,exclamó, mirando al cielo, como poseído de verdadero éxtasis:

-¡Dios mío! … ¡Gran Señor! … Nadie mejor que Vuestro Supremo Ser para conocer mi gran amor al prójimo, al que siempre he amado, querido y respetado como a mí mismo … ¡Ved mi sino de ejecutador de un castigo, que no puedo eludir, y como mi mayor deseo ha sido siempre no hacer ni producir el menor daño a mis semejantes, haced un nuevo milagro! … Vuestra Omnipotencia es Infinita; permitid que en este momento decisivo mi acero se trueque en palo.

Y, tirando del machete, dejó la orden cumplida. 

*** Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 73-78Primera edición, Jaén, febrero 1.936.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario