sábado, 15 de marzo de 2025

HISTORIAS DE LUIS BRICEÑO, 12.

LA PENA DE FIFÍ.

Fifí, la amable y simpática Fifí, tenía el alma transida de dolor.

¿Qué había sucedido a Fifí para estar tan apurada? …

Pues a Fifí le había ocurrido una desgracia terrible, uno de esos acontecimientos funestos, que apenas si se pueden resistir. Su esposo querido, su amor preferente, su mayor cariño terrenal, aquel compañero entrañable que Dios le había deparado, escuchando, sin duda, lo que con tanto ahinco le había pedido, había fallecido y hacía un momento que acababan de llevárselo, para no verlo ya nunca más.

[Ambientación] El retrato de la muerte en la España de los siglos XIX y XX. Colección Familia Piteira-Torrón, 1918. Fuente: “El Confidencial”, Virginia de la Cruz Lichet, 5 noviembre 2013. 

La pena de Fifí era grande, muy grande, máxima. Su dolor era profundo, cruel, de los más acerbos. Su desconsuelo, desesperante, de los más completos …

¿Cómo caminar por la vida sin aquel sostén tan firme? … ¿Cómo resistir a tan hondo sentimiento, sin el aliento vivificante de aquel otro ser que ella estimaba consustancial con el suyo propio? … ¿Cómo vivir el uno sin el fortaleciente apoyo del otro? …

Papeleta de tan inopinada presentación no parecía fácil de resolver.

Durante los cinco años de matrimonio, la vida de Fifí se había deslizado suave, fácil, agradable y deliciosa, dentro del simpático marco de su gran sencillez.

Su esposo y ella se querían sinceramente, y su cariño, mutuo, leal y profundo, había hecho que en el cielo de su dicha matrimonial no se hubiera condensado ni el más pequeño atisbo de nube que lo pudiera ensombrecer.

Todo cuanto uno exponía, le parecía de perlas al otro; todo cuanto uno proponía o iniciaba, parecía bien a los dos.

Jamás hubo ni un sí ni un no en su vida común. Aquel hogar había sido un real y verdadero edén.

Aquel hogar, de adorable convivencia, pudo ofrecerse a los demás, en realidad, como acabado modelo de avenencia par, de concesión mutua, constante y de condescendencia ejemplar.

Y de pronto, cuando parecía más consolidada, si cabía, aquella dulce compenetración conyugal; cuando se tenía por más firme y arraigada la lozanía de aquel cómodo y suave vivir; más fuerte y segura la salud de ambos, aquel maldito viento, helado y asesino, venía a producir la disyunción fatal …

Aquello era sencillamente terrible, monstruoso. Aquello era insufrible: imposible de resistir.

Y lo malo no era aquella expansión inaguantable de congoja, de sufrimiento, de pena, de dolor que por su agudeza e intensidad se ignoraba cómo pudiera acabar. No. Lo serio, lo malo, lo que ciertamente encerraba gravedad, era el hecho tangible e indubitable que encarnaba la terrible realidad.

La pérdida de un ser querido, que, a pesar de todas las ilusiones, no cabía disimular. Adiós mimos, adiós ternezas, adiós desbordamientos afectuosos de aquel carácter tan espléndido, tan obsequioso, tan delicado, tan complaciente, tan placentero …

Fifí, derramando su angustiosa mirada en su alrededor, no veía nada más que el esqueleto frío y desolador de lo que hasta hacía tan poco había sido tálamo venturoso de sus nupcias de amor …

[Ambientación] Retratos del matrimonio Antonio Porcel e Isabel de los Cobos, por Goya (1806), que recalaron en el Carmen de Peña Partida a principios del XIX. Fuente: “elindependientedegranada punto es”, Gabriel Pozo Felguera, 16 junio 2024.


Personas de su amistad particular, con frases hechas, arrancadas del protocolo de la rutina, pretendían llevar algún consuelo a la abatida almita de Fifí.

Fifí, abstraída con sus cuitas, apenas se daba cuenta de ellas. Contestaba maquinalmente los cumplidos y volvía de nuevo a navegar por el insondable piélago de sus profundas cavilaciones. Pobre Fifí. Todos la compadecían. Todos trataban de animarla, procurando apartar de su ánimo aquellas imágenes que lo entristecían. Todos tendían a disminuir los estragos de aquella terrible visión que tanto la atormentaban …

Pasaban las horas y desfilaban las amistades. Cada despedida no era otra cosa que una avivación del dolor de la pobre Fifí …

Ya sólo quedaban dos íntimos de la casa: la señora del piso frontero y el vecino del piso derecho superior, el anterior al piso ático del local.

La primera amiga, amiga de la infancia de Fifí, y de toda su confianza. El segundo, un solterón acomodado, paisano, condiscípulo y amigo íntimo del pobre fallecido.

Fifí sigue lamentándose, desolada por su inmensa y cruda desgracia. El vacío de su corazón no puede ser mayor: no hay quien lo llene. El dolor es irreductible: no hay quien lo aminore. El consuelo de las creencias, es aún prematuro. Hay que desahogar un poco aquel ánimo, tan oprimido. La oración vendrá algo más tarde, en la intimidad, como bálsamo consolador de la situación. Ella es buena cristiana y aguarda que el Todopoderoso le conceda la gracia de la resignación indispensable para conllevar tan desesperante situación.

Transcurre un buen espacio de tiempo. La vecina se levanta, besa con efusión a Fifí, y … tras nuevas frases tranquilizadoras y de consuelo, se despide hasta luego.

[Ambientación] “El Cortejo”, película. Fuente: “tiktok punto com”. 

Quedan solos el vecino y Fifí.

La situación resulta un poco embarazosa.

El vecino hemos dicho que era íntimo del fallecido. Esa circunstancia le caracterizaba como muy amigo de la casa. Era de los de confianza, pero … ¡aquella situación entorpecía un tanto sus decisiones!

Por fin, se puso de pie. Se acercó a Fifí y , tomando una de sus manos, la retuvo unos momentos entre las suyas, mientras decía:

.Fifí, no se apure tanto. La vida, hija mía, no es como usted la pinta. En este mundo, con el poder de Dios, se remedia todo. Comprendo su situación, de momento, verdaderamente insoportable. Pero no se apure, le repito. Dios aprieta, pero no ahoga, reza el aforismo popular. Ustedes se querían mucho. Era evidente y nos consta a todos. Usted lo sabe. Sabe usted, también, mi situación y conoce usted, así mismo, todas las circunstancias de mi vida y todos los aspectos de mi carácter. Lo sucedido carece de remedio. Usted y su nueva situación me interesa sobremanera. Si usted cree que yo le sirva de algo para su bien, cuente incondicionalmente conmigo. Comprendo que, de momento, es dura la resolución; pero no soy impaciente. Todo no es más que un poco de sacrificio mutuo y de adaptación …

Ella, dándose exacta cuenta de la declaración amorosa de que estaba siendo objeto, le atajó, un tanto nerviosilla:

-Querido, hijo mío, agradezco mucho, muy mucho, su valioso y sincero ofrecimiento, que aprecio en su gran valor. Pero …. hijo querido, no puedo aceptarlo. Llega un poco tarde: ya estoy comprometida. ¡Si lo hubiera hecho antes! …” 

Fuente: “AMAPOLAS Y JARAMAGOS: cuentos, anécdotas, narraciones y chascarrillos”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 29-32. Primera edición, Gráficas Morales, Jaén, 1.940.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario