domingo, 4 de mayo de 2025

HISTORIAS DE LUIS BRICEÑO, 19.

UN CHISTE GITANO.

El Maestro Juan, como todos le llamaban en el pueblo, era uno de los varios herreros forjadores establecidos en la localidad.

A su modesto taller de herrería, instalado en un reducido edificio, situado en las afueras de la población, solían acudir, especialmente en los crudos y lluviosos días invernales, muchos de los desocupados y sobreros de la vecindad, a quienes el trajín de la industria, con el calorcillo de la fragua, siempre encendida, solía proporcionarles la distracción y el abrigo de que en sus hogares carecían.

Muchas veces -hablaba el narrador- en nuestros acostumbrados paseos vespertinos, gustábamos visitar la herrería del Maestro Juan, con el exclusivo objeto de escuchar de boca de Pastora, agraciada gitanilla de los más «espontáneo» y «salao» de la «clase», a quien el Maestro Juan había tenido la suerte de elegir por esposa, algunos de sus ocurrentes y originales chistes, tan innatos en esa casta, y que tanto han excitado siempre nuestra risa.

En cierta ocasión, al retorno de uno de nuestros favoritos paseos -continuaba hablando el narrador-, la lluvia persistente y arreciante, nos hizo buscar también momentáneo refugio en el taller de nuestro amigo el Maestro Juan.

[Al solo efecto de ambientación] Una fragua tradicional. Fuente: Asociación Cultural La Fragua, La Línea de la Concepción. 

Allí, en tanto que el «maestro» y su ayudante golpeaban con ahínco y vehemencia, sobre el duro yunque, un trozo de hierro enrojecido, para convertirlo, a fuerza de martillazos (¿quién se resiste a la constancia?), en una azada, en un escardillo o en un almocafre, unos cuantos individuos de esos a que antes nos hemos referido, de rostros tan macilentos y cuerpos tan desmirriados que, al resplandor rojizo de la fragua, plena de llamaradas humeantes, más bien parecían demonios que seres humanos, conversaban con marcado dejo de amargura acerca del estado precario de la futura sementera, con sus negras consecuencias de mayores escaseces y privaciones.

En tanto, Nuñito, uno de los más aviesos rapazuelos de la localidad , a quien el Maestro Juan había recogido y empleado en su taller, para dar fuelle a la fragua, cada vez que el trabajo se lo permitía, sepultaba la punta de sus dedos, grasientos y tiznados, en su greñuda y descuidada cabellera y con acción torpemente disimulada, arrojaba a las altas llamas lo que sus larguiruchas uñas extraían.

Y Pastora, que había notado que los visitantes nos habíamos dado cuenta de la extraña cacería del rapazuelo, avergonzada por la imprudencia del «soplador», se encaró con el mismo, espetándole la siguiente frase, que nos hizo reir largo rato:

-Nuñito, basta ya, hijo mío, que paece tu cabeza una «positiva»: siempre que metes los deos sacas algo.” 

*** Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 87-89. Primera edición, Jaén, febrero 1.936. 

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