COMO LAS LECHUZAS.
Heraclio había salido con toda la sagacidad que caracteriza a las personas listas. Su inteligencia era luminosa, como un hermoso rayo de sol de mediodía; su comprensión, fácil y rápida, como el fraguado del cemento que se emplea en las obras submarinas. Su habilidad para todas las cosas, rebasaba los límites de lo corriente. De haberse podido cultivar adecuadamente aquel claro entendimiento, hubiera dado, posiblemente, si no una lumbrera de las ciencias, al menos, una inteligencia de las que siempre necesitan los servicios patrios. Pero Heraclio no pudo educarse lo necesario porque era corto de vista, defecto que, aunque un largo y laboriosos tratamiento trató de corregoir rn lo posible, quedó en un grado tal de visualidad que no le consentía dedicarse a lecturas pesadas y entretenidas.
Su padre poseía una mixtura de establecimiento, entre taberna, billar y café; pero tuvo la suerte de hacerse de una clientela tan escogida, que bien pronto ahorró para adquirir fincas y ganado, que llegaron a representar un saneado capitalito, dentro de la localidad.
Heraclio, incapacitado para el estudio, se especializó en la administración del establecimiento, en el que sucedió a sus fallecidos padres. En el ejercicio de la misma, se empicó, poco a poco, en el consumo personal de bebidas, de las que expendía, hasta hacerse uno de los bebedores más constantes y firmes de la población. En ese sentido, tenía una gran ventaja sobre los demás: sólo se embriagaba de noche, cerca de la hora del cierre del establecimiento, cuando era menos la publicidad.
[Ambientación] Las mariposas arden con aceite y agua. Fuente: “manuelcabelloyesperanzaizquierdo.blogspot punto com”, junio 2012.
Ya vivía solo, en una casa de huéspedes de su localidad, cuyos dueños, sabiendo, como sabían, que de noche no hacía comida alguna, se limitaban a ponerle sobre la mesilla de noche la mariposa para alumbrado, debidamente preparada, y un vaso grande de leche, que le servía para apagar la sed que el hartazgo de vino y los piscolabis le producían.
Una mañana, al despertarse, luego de un sueño largo y profundo, se notó cierta extrañeza en el poblado y crespudo bigote que, raro capricho, difícilmente explicable, no se recortaba nunca. Heraclio la consideró producida por la nata de la excelente leche que sus cabras producían. La satisfacción y el orgullo de posesión de alimento tan puro, y tan generalmente adulterado en tantas otras manos, le esponjó el ánimo; pero al pasarse la mano, para deshacer la nata, se encontró con que, enredadas entre los vellos del espeso bosque de su poblado bigote, estaban las trévedes de la mariposa del alumbrado.
En la inconsciencia de la borrachera, se había bebido, en vez del cacareado vaso de leche, el agua y el aceite de la mariposa, tal como se atribuye erróneamente a las lechuzas.
Fuente: “AMAPOLAS Y JARAMAGOS: cuentos, anécdotas, narraciones y chascarrillos”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 59-60. Primera edición, Gráficas Morales, Jaén, 1.940.
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